sábado, 17 de octubre de 2015

El 1 de abril de 2015...

Por supuesto que todos sabíamos a lo que estamos expuestos cuando tomamos este trabajo. La verdad es que a todos se nos olvida lo que puede pasar cuando hay algo que esté fuera de tu control.

La madrugada del miércoles 1 de abril de 2015 pasó lo que todos creíamos imposible. Explotó la bomba de tiempo que muchos factores habían creado.

Había cenado hamburguesas. Raro en Abkatún-A. Había platicado con mi relevo y le dije que todo estaba tranquilo. Que no moviera nada. Subí al cuarto y miré una película cuyo título no recuerdo, antes de quedar dormido. La última vez que vi el reloj eran las 02:14. Me puse los tapones y antifaz para dormir. Cerré la cortina y acomodé mi almohada.

La desesperación siempre se usa como pretexto para excusar a alguien impaciente. Estaba a unos minutos de saber el verdadero significado de la palabra.

A las 3:15 un estruendo me despertó a pesar de tener cubiertos los oídos. Tardé unos segundos en mirar el reloj y reaccionar.

Ya estaba pasando.

Entró mi compañero de cuarto encendiendo las luces y gritando que había fuego, que estaba meco. Vámonos, vámonos, dijo dos veces.

Cuando estás en una plataforma petrolera en medio del mar, creéme, no hay muchos lugares a donde correr. Lo único que se te ocurre al momento es alejarte lo más que puedas del fuego. Y eso es aún más difícil cuando hay llamas de más de 100 metros envolviendo tu lugar de trabajo.

Me apresuré a quitarme la pijama y me puse el overol amarillo y las botas mientras salía corriendo por el pasillo de la habitacional. Justo al salir al exterior falló la energía eléctrica. Todo hubiera sido oscuridad si las llamas no hubieran iluminado el cielo de aquella noche.

Miré el cielo y ahí estaba una gran nube negra, densa. Y comenzaron a caer los pedazos de metralla. Las pequeñas piezas de metal que la explosión había generado, caían calientes, aún al rojo vivo hacia nosotros. Las alarmas de abandono ya sonaban y la gente abordaba los botes de salvamento rápidamente. Mi lugar había sido tomado.

Tenía que tomar un chaleco y acercarme al agua lo más que pudiera.

Recuerdo claramente estar amontonado en el rincón más alejado del fuego con otras decenas de personas. En ese momento supe que no todos podían estar a salvo.

Y ahí comenzó la desesperación.

Una explosión muy fuerte seguida de múltiples más pequeñas. Vámonos, vámonos, síganme; decía un marino. Varios no dudaron un segundo en hacerlo. Yo sí, no miento. Mientras decidía si tirarme al agua o no, veía la magnitud del fuego, escombros quemándose y ya bastante gente flotando en el agua.

Hay pocas veces en la vida en la que uno piensa que ya fue. Que ya te toca. Que te vas a ir. Que debiste haber hecho más con tu vida. Que no te pudiste despedir de nadie. Ese momento fue uno de ellos. Honestamente lo primero que pensé fue si le había dejado a Ella todos los papeles en orden: facturas y seguros de vida.

Luego imaginé que de aquél desastre nadie iba a salir con vida. Nadie.

Ahí vino la inyección de adrenalina. Fuerte, muy fuerte.

Ya no estaba pensando. Estaba siendo instintivo. Me metí al agua. La sentí caliente. Me dejé llevar. Use los brazos y las piernas hasta que no pude más.

Haciendo cuentas de tiempo, con las cosas que pasaron, debí haber estado flotando a la deriva una hora y media hasta que una lancha me rescató. Había más compañeros ahí. Varios quemados. Todos estábamos desorientados aún, sin saber qué había pasado. Willy, dejamos a Willy, no pudimos sacar a Willy, era lo que escuché varias veces en la multitud mientras algunos lloraban y la lancha arrancaba motores para ir en contra del viento.

De esas 5 horas que siguieron poco recuerdo: que le llamé a mi hermano por radio para avisarle que estaba bien y que le avisara a mis papás y a Ella, que no se espantaran. Eso y que todos vomitamos en plena cubierta por la marejada.

Lo siguiente que recuerdo es subir a otra plataforma aún mojado, pensando qué carajo había salido mal y volteando hacia atrás para ver lo que el fuego seguía consumiendo. Nos daban overoles secos, chanclas y nos hacían un breve examen médico. Los que estaban mal, abordaban un helicóptero de inmediato.

Ahí me comenzaron a arder y a doler las manos. Cuando las miré, note que las tenía completamente cortadas. Hice memoria. Hasta hoy no tengo puta idea de como me corté.

Estábamos aún atónitos. Sin ánimos de hacer las bromas de siempre, sentados en una banquita que dejaba panorama perfecto hacia la hecatombe. No se alcanzaba a ver nada mas que humo. Mucho. Y entonces vino el primer llamado.

Bueno muchachos, ya salimos, estamos vivos casi todos. Ahora viene lo fuerte. Vienen los putazos. Hay que recuperar la producción y nos van a empezar a preguntar que chingados pasó. Eso fue lo que dijo el primero en la línea de mando. Y empezaron todos con suposiciones absurdas. Los escuchaba desconcertado, únicamente pensando que estaban muy equivocados: El crudo no se quema así. Lo que había empezado todo debió haber sido gas. Una fuga, grande, muy grande.

Y luego vino el segundo llamado. Nos van a meter, nos van a regresar. Eso era lo que radiopasillo decía. Todos sabíamos que eso podía pasar. Nadie quería regresar al infierno.

Excepto yo.

Morbo. Esa es la palabra. Quería ver como había quedado todo. Lo último que había visto de cerca era media plataforma colapsada y un puente en el mar. Quería recuperar mis cosas y mi medicamento. En medio del zafarrancho no había tomado ni siquiera la cartera.

Todo ese día estuvimos sentados, viendo al este como ardía la herrumbre. A las 9 de la noche aún se veía un fuerte resplandor de entre la humareda. Escuchábamos por radio que eran los remanentes de la carga de las líneas, que pronto estaría controlado. La versión oficial diría que el incendio estuvo controlado a medio día. Veinticuatro horas antes de que en verdad lo estuviera.

Cerca de media noche nos asignaron camas. Nos dieron toalla y un jabón. Los que no habíamos alcanzado chanclas, improvisamos con bolsas de plástico amarradas a los pies.

Y luego nos acostamos.

Y luego intentamos dormir y no pensar en nada.

Debo admitir que no ha habido noche más intranquila en mi vida para dormir que esa. El mínimo ruido me despertaba alterado. En mi mente escuchaba el fuego romper el silencio como trueno. Veía las llamas en el vacío. Sentía el agua en los pies.

Me di cuenta que ya estaba marcado. Que ya estaban ahí las secuelas.

Después amaneció.

No había sido un mal sueño.

Había pasado.


No hay comentarios.: