miércoles, 9 de julio de 2014

El fondo del armario...

Yo sabía que este día iba a llegar. La verdad es que lo había postergado demasiado. Eventualmente iba a tener que llegar a ese rincón de mi recámara.

El 22 de agosto de 2009 decidí tirar al fondo de mi memoria el tiempo que había pasado con ella. Y no había mejor manera de hacerlo que poniendo todos los recuerdos en una caja: boletos de cine, discos, copas, cartas, tickets, envolturas, todo.

Todo lo que me recordara a ella se fue en una cajita de converse blancos del 6 y medio. Hasta el fin de los tiempos, o hasta que el destino me obligara a regresar a ese lugar. Enterrada, en la esquina más al oeste del clóset de mi recámara, bajo todos los juguetes y aparatos. En el fondo del alma.

Y casi 5 años después, la tierra se cimbra. Y no fue como pasó hace 7 años. Ahora pasó un huracán, barrió con todo y sólo provocó dolor. Abrió heridas y cicatrices que hacía tiempo ya pensaba habían sanado. Bastante seguido pensaba en lo que iba a pasar el día que encontrara de nuevo todo lo que había en esa caja. Y la próxima mudanza me obligó, descaradamente, a buscar todas mis cosas en esta guarida del pasado.

Muchas veces me pregunté qué carajo había pasado con nosotros. En casi todas esas ocasiones dudé de lo que ella había sentido por mí, incluso habiéndolo escuchado con su propia voz. Creía que lo decía para no hacerme -hacernos- sentir mal por lo pasado.

Hoy no me queda ya ninguna duda.

Cronológicamente he leído todas y cada una de las cartas que me escribió durante esos años. El mensaje es claro: se enamoró de mí, me amó con todas sus fuerzas y me encargué de estropearlo. No la lastimé, la herí brutalmente. Leer como una pelea le provocaba un sin fin de malestares, me hace sentir la peor persona del mundo. De verdad me amaba. Los dos sentíamos lo mismo.

No añoro aquellos tiempos. No la extraño. No la amo. No la odio. No deseo que todo fuera como en aquel entonces. No la acoso. No necesito verla. No necesito escucharla.

Éramos un par de niños que tenían el mundo a sus pies. Creíamos en el amor. En que el primer amor fuera eterno. Hacíamos promesas de estar al lado del otro por siempre. Y es que en ese momento parecía tan real, tan alcanzable, tan sencillo.

Tan ridículo ahora que lo leo.

Y aquí estoy de nuevo, 5 años después, escribiendo de madrugada. Porque por más trillado que parezca, hay cosas que aún después de mucho tiempo te alteran y te hacen perder el sueño y el apetito.

La pregunta ahora es ¿Quemarlo todo o volver a guardarlo al fondo del armario?

No hay comentarios.: